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Ayuno intermitente

El ayuno puede considerarse como un sacrificio. Por un momento dejamos la pulsión primordial de alimentarnos sabiendo que esto nos trae beneficios. Además de todas las explicaciones de porqué esto sucede, que se las dejo a quien mejor sabe, me baso en mi experiencia de ese proceso para compartir lo siguiente. 

Yo nací en una casa donde la comida siempre ha sido un lenguaje de amor importante. De ascendencia española y regiomontana, en casa siempre hubo paella, alubias, cocido, carne asada y tamales norteños. En la mesa se juntaba, y todavía lo hace, la familia. Todo ello me hizo apreciar la buena comida y el acto de reunirse alrededor de ella.

En el proceso de encontrarme comencé a estudiar yoga y dentro de las formaciones que tomé, estuve en contacto con las ideas de una dieta vegetariana, las monodietas y también los ayunos. Basados en ideas como ahimsa o la no violencia, estas son prácticas ancestrales presentes en muchas culturas. En mi formación católica también sabía de grandes místicos que hacían del ayuno gran parte de su práctica espiritual. 

Así que exploré estas dietas. 

No me vino bien el vegetarianismo, reconozco que la idea de no violentar a ningún ser para nutrirse es noble, pero mi organismo no funcionaba bien así, ya hablaré más adelante con detalle de ello. Las monodietas, procesos de algunos días donde solo se come alguna fruta o vegetal, fueron más interesantes ya que, por un lado, si pude sentir el efecto real de darle un descanso a mi sistema digestivo y por otro la profundidad del pensamiento o la cercanía del mismo al mundo espiritual.

En ese entonces, ya en mi juventud, me sucedía que si yo tenía hambre, mi humor estaba descolocado, me dolía la cabeza y estaba muy reactivo. La práctica de ayunos progresivos fue cambiando esto, haciendo un reset metabólico que permitió relacionarme de otra manera con la idea de “tener hambre”. En un retiro uno de mis maestros dijo “Tenemos que resignificar la sensación de hambre, desasociar esa necesidad evolutiva y sublimarla. Así que cuando sientas hambre, no lo veas como una carencia sino como una sensación de que tu cuerpo se está poniendo más fuerte”. Y si, además de las sensaciones en el cuerpo, la claridad mental y el estado interno que aporta el ayuno, es notable sentir que estamos cerca de lo que solo puedo nombrar como una devoción o conexión superior. 

Con el paso del tiempo los requerimientos del cuerpo por nutrientes cambian y las sensaciones de hambre y sed también lo hacen. Debemos afinar continuamente la relación que tenemos con la comida ya que forma parte de nuestra salud física y de nuestra disposición espiritual. 

El ayuno intermitente es una gran herramienta para ello, te invito a intentarlo. En mi experiencia es una gran forma de mantener el cuerpo y la digestión fuertes y ligeros y la mente aguda y conectada.

Para concluir copio un divertido diálogo entre Babieca y Rocinante de El Quijote:

 

¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

     Porque nunca se come, y se trabaja.

Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?

     No me deja mi amo ni un bocado.

Andá, señor, que estáis muy mal criado, 

 pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

      Asno se es de la cuna a la mortaja.

¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.

¿Es necedad amar?

     No es gran prudencia.

Metafísico estáis.

     Es que no como.